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Mirada(s)

Hace ya veinte años, al finalizar el informe de la investigación donde recorría los consumos y las representaciones que los maestros, las maestras y las formadoras y los formadores de docentes expresaban y experimentaban en torno del cine, el video y la TV, siguiendo a Louis Porcher decía que la enseñanza de la imagen, la enseñanza por la imagen, no son suficientes para garantizar una pedagogía renovada si no es con relación a una transformación global del acto educativo. 
Algo mas tarde y a propósito del estudio de las imágenes de los libros de texto, afirmé que –paradójicamente dado que la imagen muestra, expone, da a ver- operan a modo de curriculum oculto, propiciando la fijación y legitimación de condiciones estéticas y simbólicas, más allá de las epistémicas.
Atravesados por imágenes, no concebimos el universo educativo -y la vida cotidiana- sin ellas, sin embargo, pocas veces nos preguntamos sobre el sentido con el que las usamos, por qué las usamos y qué comunicamos cuando nos valemos de estos signos.
Abandonada a su suerte como si sólo se tratara de un inocuo recurso, otras veces temida porque su poder se acrecienta si consideramos que puede transmitir lo prohibido de un solo golpe de vista, degustada con fruición, polémica; la imagen encanta, atrae, adormece, despierta…
Ahora que el aislamiento obligatorio colabora poblando de dibujos, pinturas, videos, emoticones, e innumerables variantes la comunicación, quizá sea -también- momento de detenernos a pensar - y revisar, ordenar, desechar, actualizar como lo hacemos en otros ordenes del cotidiano-, cuál es (mi) nuestro repertorio de imágenes.

 

Gabriela Cruder/ mayo 2020